AMAR: HE ALLÍ LA CRÍTICA

I
Comenzaré dando un rodeo necesario. Hacia 1949 el gran Maurice Blanchot afirmaba, con evidente preocupación, que la crítica se había convertido en un compromiso entre el periodismo y la universidad. Un compromiso particularmente estéril porque supone una especie de confinamiento del ejercicio crítico en el espacio académico y el espacio periodístico. Y ambos espacios tienen, salvo las excepciones del caso, una tendencia evidente al autoritarismo y no cesan de reproducir la lógica de la dominación. No dudamos que otro periodismo y otra universidad son posibles pero están por hacerse y, en Venezuela, aunque falta mucho todavía, ya están haciéndose a través de experiencias alternativas. Pero hay un problema de fondo que queremos enunciar así: los periodistas y los universitarios están llamados a cuestionar el propio lugar desde donde hablan; a cuestionar la misma especialización disciplinaria que les hace creer que poseen autoridad sobre lo real. Cuando lo real es revolucionario, nadie tiene la última palabra o a todos nos toca la posibilidad de tenerla.

II
Ahora bien, ¿qué pasa con la crítica cuando se vive en Revolución?; ¿qué ocurre cuando se vive –como en Venezuela aquí y ahora- un proceso de transición hacia el socialismo? Pasa que la crítica se convierte en un ejercicio real y verdaderamente libre y ya no es monopolio de nadie: ocurre que la crítica ya no se restringe, única y exclusivamente, a la esfera individual sino que se convierte en praxis colectiva. La crítica abre los caminos y nos permite avanzar. Más aún: es condición de posibilidad de la misma Revolución. Si la crítica no se ejerce, amplia y profundamente, a todos los niveles, una Revolución corre el riesgo mortal de estancarse, de entrar en una fase de congelamiento. La obsoleta conseja de no darle armas al enemigo –conseja favorita de los dogmáticos y los sectarios de todos los tiempos- termina por volverse contra la propia Revolución, convirtiéndose en un contrasentido paralizante.

III
La gran batalla ganada por los trabajadores de SIDOR es viva y palpable demostración de la necesidad del ejercicio colectivo de la crítica. No se olvide que quienes encarnaron, en primerísimo término, a la Revolución, en cada una de las fases de esta batalla, fueron ellos, los trabajadores. Fueron intransigentes frente a las condiciones que les imponía la transnacional y su capacidad de cuestionamiento radical no cedió frente a presiones de todo tipo. Aquí hay que subrayar la forma como pusieron en evidencia, la desastrosa actuación del anterior Ministro del Trabajo: desastrosa, subrayemos, porque nunca actuó como un revolucionario y sí como un representante de los patronos. Pero el problema no puede reducirse al Ministro como individualidad: el problema son las contradicciones de clase –contradicciones al interior de nuestro propio Gobierno- que se hicieron presentes a lo largo de la batalla y que estamos obligados a ver de frente, procesándolas críticamente. Un procesamiento que es ineludible: no otra cosa hizo el Presidente en el caso de SIDOR. Chávez, aquí hay que personalizar inevitablemente, no aceptó que a la Revolución se le instrumentalizara –con justificaciones nada revolucionarias y claramente antisocialistas- como vía para legitimar la explotación y la opresión de los trabajadores y tomó dos decisiones correctas: sacar al anterior Ministro del Trabajo y renacionalizar SIDOR.

IV
Amar: he allí la crítica, decía Martí. Si nuestra relación con el Revolución es genuinamente amorosa, la crítica debe ser a fondo contra todo lo que la obstaculiza: contra todo lo que pretende romper este vínculo. Entender el ejercicio crítico, ejercicio inequívocamente revolucionario, como un acto de amor. Por el contrario, el acriticismo equivaldría al más lamentable desamor.

V
A propósito de lo dicho hasta ahora, queremos recordar unas palabras escritas en 1918: La libertad es siempre y exclusivamente libertad para que el que piensa de manera diferente. Estas palabras no las escribió un socialdemócrata como Bernstein: las escribió una auténtica revolucionaria como Rosa Luxemburgo, polemizando abiertamente nada menos que con Lenin y vislumbrando, tempranamente, las desviaciones del naciente modelo soviético en La Revolución rusa. En la lúcida frase que citamos más arriba, encontramos una lección de antisectarismo, antidogmatismo y antiautoritarismo. Y Rosa habla desde su concepción fuerte de la experiencia de la libertad en Revolución: no para lamentar ninguna fantomática libertad capitalista. Estaba defendiendo un sentido auténticamente socialista de la libertad y por eso ejercía la crítica pública –este no fue un documento secreto- al modelo bolchevique.

VI
Rosa Luxemburgo nos lanza un alerta que debemos hacer nuestro desde La Revolución rusa: El control público es absolutamente necesario. De otra manera el intercambio de experiencias no sale del círculo cerrado de los burócratas del nuevo régimen. ¿Qué sería de una Revolución si al control público, esa forma superior del sentido crítico colectivo, se le limitara su ámbito de acción, poniéndole cortapisas y frenos? ¿No hemos padecido los estragos de la contrarrevolución burocrática, denunciada por el propio Presidente Chávez, como para que nos pongamos a mirar para otro lado, dentro y fuera de las instituciones, usando la excusa, además, de que si intervenimos críticamente, si cuestionamos, le hacemos daño a la Revolución?

VII
Sigamos con otra serie de preguntas. ¿No se expresa a través de la dinámica de Revisión, Rectificación y Reimpulso la más rigurosa y exigente autoconciencia crítica de la propia Revolución? ¿O es que, acaso, el 2 de diciembre no pasó nada y todo sigue igual? Una pregunta más: ¿Puede el entramado institucional seguir en lo mismo, esto es, permanentemente rezagado con respecto a la iniciativa y empuje popular y a las líneas maestras del discurso del comandante? Todo esto nos lleva a una posible conclusión: es imperativo ganar las elecciones regionales de noviembre de 2008 pero el camino hacia la victoria pasa por radicalizar e intensificar la lucha contra la contrarrevolución burocrática; quitarnos este pesado y agobiante lastre equivale a despejar el horizonte de la Revolución Bolivariana: ¿cómo hacerlo sin ejercicio pleno, participativo y protagónico, del poder de la crítica?


Gonzalo Ramírez Quintero