MANTENER VIVO EL ESPÍRITU DE ABRIL

I
El mayor saldo positivo que nos deja la semana pasada es éste: una notable y necesaria recuperación de nuestra capacidad movilizadora. Se demostró que la Revolución cuenta con una militancia política y socialmente constituida y presta a responder: la base militante del PSUV fue capaz de motorizar la movilización sin el más mínimo asomo de sectarismo; con la más nítida conciencia de la necesidad de convocar amplia y profundamente a la defensa del proceso revolucionario.

II
El espíritu de abril experimentó un sólido reimpulso, dando una palpable demostración de su fuerza y su vitalidad colectivas; de su energía interpelante y sacudidora. El poderoso llamado a la solidaridad con Bolivia –como un redoble de conciencia nuestroamericano- junto con las evidencias de una nueva amenaza golpista contra nuestra Revolución, nos despertaron y no debemos permitirnos adormecimiento alguno en los días por venir: días que van a ser difíciles según lo expresado por el mismísimo comandante Chávez.

III
El enemigo sigue trabajando en una sola dirección: destruir a la Revolución Bolivariana. Lamentablemente, no existe una oposición democrática digna de tal nombre: lo que existe es el golpismo de siempre que se coloca, momentáneamente, la máscara electoral, contando las horas para volver a poner a poner en marcha una nueva estrategia desestabilizadora. (Con espíritu de justicia, reconocemos la existencia de voces aisladas que, oponiéndose al Gobierno Bolivariano, denuncian y rechazan la tentación golpista. No es extraño, entonces, que estas voces padecen una notoria segregación en cuanto a su presencia en los medios privados.) El discurso opositor carece de convicción democrática y de espesor participativo y protagónico: es un discurso que proyecta una política de comités y conciliábulos que no visualiza, en términos reales, otra opción que el Golpe de Estado. La vuelta al poder, por esta vía, no tiene otro objetivo que el retorno de Venezuela a la condición de colonia yanqui.

IV
Antes de la semana pasada, era en extremo preocupante la tendencia a la desmovilización en las filas revolucionarias. Desmovilización íntimamente vinculada a esa enfermedad del espíritu que se llama oficialismo: una enfermedad que segrega rutinización, conformismo, insensibilidad, burocratización, acriticismo y pare usted de contar. Una enfermedad que conspira directamente contra el rol protagónico del Pueblo: una enfermedad que genera abstención tal y como ocurrió el 2 de diciembre; que le resta Pueblo a la Revolución. El oficialismo, como falsa conducta revolucionaria, ha demostrado que puede llegar hasta desconocer la legitimidad de las luchas concretas, silenciándolas mediáticamente: basta con recordar, porque son memoria inmediata, la batalla de los trabajadores de SIDOR y la de los Yupkas en la Sierra de Perijá. El discurso oficialista, las prácticas oficialistas, son narcotizantes, esto es, enajenadoras y desmovilizadoras. Es absolutamente necesario, entonces, que, dentro y fuera de las instituciones, se radicalice la lucha en función de otra forma de ser Estado y Gobierno. No hay excusas: el ejercicio del poder obediencial no sólo debe ser nuestra bandera en la campaña electoral, sí, sino el compromiso ha ser cumplido rigurosamente por Gobernadores y Alcaldes.

V
Se trata, entonces, de mantener vivo y actuante el espíritu de abril: el espíritu que nos convoca como una sola voluntad crítica y emancipadora; el espíritu de la indignación y la responsabilidad; el espíritu fraterno por excelencia; el espíritu que nos convoca como sentir y como conciencia a la batalla. El espíritu que nos llama a trascender y que se desmarca de cualquier forma de oficialismo. El espíritu del alumbramiento de otro mundo que ya no sólo es posible sino absolutamente necesario.

Gonzalo Ramírez Quintero